viernes, 3 de junio de 2011

LA TALAYUELA PALUDICA

Luis Bello nació en Alba de Tormes (Salamanca) en 1872. Abogado en el despacho del político José Canalejas, inició su verdadera vocación, el periodismo, en 1897 en el 'Heraldo de Madrid'. De allí pasó a 'El Imparcial' y posteriormente a 'España'. Recorrió gran parte de España, reflejó el estado de abandono de muchos de dichos centros educativos, así como la dura situación de los maestros, y luchó por concienciar a los españoles de la enorme importancia de la educación para el futuro del país. Miembro de Acción Republicana, al proclamarse en 1931 la Segunda República fue elegido diputado por Madrid para las Cortes Constituyentes por la candidatura republicano-socialista. Fue uno de los redactores de la Constitución y presidente de la comisión del Estatuto para Cataluña. En su libro Viaje por las escuelas de España 1926-1929, escribió sobre Talayuela.


...Con esto, penetramos, por el Tiétar, en Extremadura; pronto asomaran las dehesas y ya no encontraremos elemento nuevo en nuestro viaje hasta la frontera de Portugal. El azar vuelve a traerme a la vega del Tiétar. A lo lejos, al Sur Navalmoral, con todo el campo de la Mata. Un camino rojo entre las encinas y, antes de tocar el río, un pueblo, cuyo plano compruebo ahora, pero ya tenía bien estudiado, casa por casa: la Iglesia, la fuente, la calle-carretera, el cementerio de avanzada...es decir, Talayuela. Sé ya tanto de la Talayuela palúdica, que al pasar, volando a mil metros sobre los anófeles, saludo al pueblo como a uno de esos amigos antiguos, peligrosos que ya no nos pueden molestar. Busco por allí cerca Torviscoso. No lo veo. Sin duda lo desmontaron sus últimos vecinos, al huir y estaría junto a aquel cercado y aquellas cuatro paredes sin techo. ¿Resistirá todavía la maestra? Luego viene la siniestra soledad del Tiétar en Campo-Arañuelo. Pero conviene precisar. Si el Tiétar me parece siniestro, no es porque le vea así desde el aeroplano, sino porque le conozco de cerca. Tiene, al fondo, el azul de Gredos. Toda la vega llana va bordeada de álamos. En la vera de Navalmoral es demasiado árido; pero en la de Plasencia, tiende hasta lo alto de la sierra tapices finos de distintos verdes jugosos. Precisamente en estas pinceladas alegres, están los piménteles, los secaderos, las charcas. Al pensar en ellos y en los arbitrios que el hombre inventa sobre cada palmo de tierra medida desde el avión, para ganarse la vida, descompongo el paisaje. En invierno esto será todavía más hermoso. Llegara la nieve del Almanzor hasta Losar de la Vera. Destacará más el verde los pinares. Bajara el Tiétar caudaloso. Pero no me importa descomponer, subvertir el paisaje y reducirlo a términos humanos. Aquí empieza la tierra deshabitada. Ahora es la ribera palúdica; pronto serán las dehesas, vastas propiedades, con escasos pueblos, los indispensables para reunir bajo techo las familias de unos cuantos millares de jornaleros. ¿Qué más le da al águila – o al dios- que ahí abajo haya pocos o muchos hombres, ni que vivan bien o mal?...


Según el Censo de población de la provincia de Cáceres de 1930, Talayuela contaba en ese tiempo con 899 vecinos. Eran cuatrocientos cuarenta y tres hombres y cuatrocientas treinta y cinco mujeres. Además, existían ausentes, veintiuna personas. Pero es en esta época cuando se supera el numero mil de habitantes pues, además de los censados, residían en Talayuela ciento cincuenta y tres transeúntes, llegando a una población de hecho de mil treinta y una persona.