sábado, 3 de noviembre de 2012

ERA EL DIA DE TODOS LOS SANTOS...

Era el día de Todos los Santos y el ritual debía cumplirse. Como si de un rito ancestral se tratara comenzamos a llegar al cementerio de Talayuela a golpe de agujas de reloj. Se trataba de estar todos en aquel Camposanto y a la misma hora. La amenaza de lluvia no era un impedimento importante cuando se trata de de esta liturgia de mezclarnos los unos con los otros. El cementerio, en aquella tarde, no parecía otra cosa que las fachadas de las casas de alguna calle de talayuela cuando se encalaban y se colgaban los geranios y claveles reventones en toscas macetas. El olor a pino, flores y cera llenaban todos los pasillos perfectamente alineados de las tumbas cuyas lápidas relucían y despedían un cierto frió de mármol. Al lado de las lápidas, los familiares con caras compungidas, pasaban por su recuerdo la vida de quienes allí se habían parado para siempre. Cuando se podía leer el nombre del difunto en la lápida, viendo a los familiares allí presentes, creía  que habían vuelto a la vida actual, pues cada vez nos parecemos más a los familiares difuntos. Ellos continúan sin envejecer en nuestro recuerdo y en nosotros cada vez se perfilan mas sus rasgos en nuestro rostro. ¿Quiénes son los vivos y quienes son los muertos?

El cementerio de Talayuela se convirtió en aquella tarde plomiza de noviembre en un palio que cobijaba recuerdos. Pasar por el corazón, es lo que significa recordar y hacer mas presente a aquellos que llevamos en el corazón como un testamento de que sus nombres están escrito en el libro de la vida. Allí nos comprendimos ciudadanos del mundo pero de ese mundo en el que hay un lugar en el que están nuestras raíces. Nos parecemos en ese momento a cualquier pino que rodea este cementerio. La copa alta, viviendo nuestra vida, pero hundiendo sus raíces en la profundidad de la tierra en la que encontramos el recuerdo y la fuerza para continuar viviendo. Y, junto a nosotros, en otras lapidas pegados sus rostros, las personas que hemos encontrado en nuestra vida y que nos ayudan a comprendernos. Allí se comprende que nuestros difuntos son fuente de vida para nosotros cuando un sereno placer nos invade de ser mejores personas.

Las lápidas limpias, las flores, la cera, las fechas y los nombres gravados en ella nos hablan de un mundo que es el nuestro y que no se ha parado allí. Un libro escrito en piedra al que el lector debe leer y releer. El buen lector sabe encontrar la vida que subyace tras esas frases escritas en frió mármol y traer a su vida las enseñanzas que a borbotones salen de cualquier lápida escrita. Sin esa mirada que quiera aprender la lectura de las páginas de ese libro, el cementerio se convierte de verdad en un Cementerio de muertos.

Si lo olores, los sabores,  nos remiten a un mundo de sensaciones vivas que se vuelven a hacer presente en nosotros el cementerio nos devuelve a la realidad de cómo debemos vivir la vida que ellos nos regalaron.


El sabor a castañas asadas en el día Todos los Santos

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