martes, 31 de enero de 2012

LOS ALEDAÑOS DE SÍ MISMA...

Había sido un día muy complicado para ella. Nunca pensó que seria capaz de hacerlo y al final se había decidido. Ahora que todo había terminado necesitaba descansar. Se disponía a desvestirse y poder dormir, al llevar los brazos atrás del cuello se había roto el hilo y las cuentas del collar rodaban por el suelo como estaban rodando, también, sus propios pensamientos. Todas las infidelidades duelen, pensaba ahora, pero la primera mucho mas que las siguientes. Talayuela se sentía agotada aquella noche y solo deseaba descansar.


Esa misma mañana, después de mucho pensarlo, se había decidido a salir de sí y dar una vuelta por los aledaños de ella misma. No tenía muy claro por donde empezar su ronda y decidió que se acercaría al Pozo de la Fuente de Abajo. En estos días soleados de invierno pensó que se encontraría con el olor a hierba verde y, el hilo de agua que saldría de la Fuente recorrería cantaría por el regato de ella misma, le apetecía volver a sentirlo. Al salir de la plaza donde habita miró la sierra de Gredos y no encontró sus cumbres cubiertas de la nieve que ya era normal en este mes de febrero. Atravesó el barrio de las Casas Nuevas y sus ojos se posaron en el Centro Médico que se había construido en el “prao” de la Fundación. Una vez que su mirada había recorrido los muros de este edificio busco, con la fuerza de un amante, la Higuera Loca. Nada encontró de ella más que unos retoños que crecían sin ningún orden ni concierto. Mala cosa, pensó para si. Los recuerdos de un pueblo están ligados a lugares concretos que se han de cuidar para no perderlos para siempre: ni los lugares ni los recuerdos. ¿Quien puede vivir sin dejar tiempo a la ensoñación del recuerdo para cicatrizar las heridas que se han ido adosando a nuestro corazón?


Continúo andando por el camino, ahora ya asfaltado, que la llevaría al Pozo que buscaba. ¿Quién podrá contar las pisadas que transitaron este camino y los pensamientos que llevaban al andarlos? El negro alquitrán había cubierto el camino y el polvo que se levantaba, al andar y en los días de viento, para convertirlo en un camino sin “alma” igual ya a otros cien mil caminos de otro lugar cualquiera. Las pisadas no son solo pisadas son parte del caminante que ha dejado atrás con ellas esfuerzos e ilusiones. El negro alquitrán ya no habla de ellas ni tiene historias que contar ni que cantar cuando el viento silbe en el camino. Caminando por el asfalto uno se siente mas solo, es como si él fuera el primero que pisara aquella oscuridad alargada; en cambio, en el camino de tierra, comprendemos que forma parte de otros que le han pisado antes y vamos dejando nuestra huella en él.


Llegó al lugar del Pozo de la Fuente de Abajo y el frió de febrero pareció que le llegaba al tuétano de los huesos. Allí no había ya ni Pozo, ni Fuente, ni regato. Se encontró desvalida, sin aromas, sin sabores, sin canciones, sin miradas, sin silencios, sin sonidos, sin secretos, sin lugar donde sentarse para recordar. Era mejor respirar profundamente para no caer al suelo sin el apoyo de una parte importante de su vida que se habían llevado al destruir el pozo, la fuente y el regato. Todas las infidelidades duelen y allí se había consumado una con ella. ¿Adonde buscaría ahora el agua con saber a menta y a mastranzo? ¿Dónde iría cuando quisiera recordar validos de ovejas, terneros, recentales, ladridos de careas, mastines, conversaciones de pastores sesteando, de mozos y de mozas? Aquel lugar ya era la muerte sin el aroma de frescas plantas que, en otros tiempos, trasminaban el pozo, la fuente y el regato El fugaz instante de la vida se pierde para siempre si no queda pegado a un lugar que lo proteja.

1 comentario:

  1. A fuerza de ser real, es triste este relato, sitios ligados a mi infancia , a mi madre, que hoy ..como el pozo de la fuente abajo, hace veintidos años que se fue.

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