miércoles, 16 de noviembre de 2011

MUJERES BORDADORAS DE TALAYUELA

Cuando el aire dejaba de ser caliente en los meses de verano y parecía que ya era brisa en aquellas horas de fuego. Cuando los trabajos en el campo habían cedido y se avecina la colorida otoñada, se veían en Talayuela grupos de mujeres que, sentadas a las puertas de las casas o a los socaires, hacían corros para bordar los manteles de tela que traían de la vecina Lagartera.

Sentadas en sus sillas bajas de enea, todo lo más del blanco del mantel colgando sobre sus rodillas, caía, en pliegues velazqueños, en un cesto a sus pies que lo recogía. En sus haldas un bastidor marcaba un trozo de mantel de blanca textura zurbariana sobre el que las manos de las mujeres iban bordando los motivos elegidos. Sobre su pecho, prendidas en su ropa, agujas con diferentes hebras de hilos de colores para dar vida y color al bordado.

El bastidor marcaba el espacio del mantel, como una plaza de toros, sobre el que se debía trabajar en aquel momento. Las soñadoras manos de las mujeres realizaban el arte de romper el blanco de la tela haciendo emerger flores, hojas, tallos... que hacía de aquel mantel una prenda delicada y colorista. Todo el rito había empezado enhebrando las agujas con el color elegido y comenzar a dar puntadas sobre la tela del bastidor. Como si de banderillas se tratase se punzaba la aguja por arriba, en puntada larga o corta, emergiendo por debajo del bastidor y procediendo a sacarla por el lado contrario, para ir dando forma al dibujo. El dedal protegía el dedo corazón de los posibles pinchazos de la cabeza de la aguja. No era solo saber bordar había un mucho de creatividad en la elección de los colores y de las formas.

A la vez que se bordaba se soñaba con quien utilizaría aquel mantel, o se cubriría con aquellas sábanas. Los sueños nunca dependen de la edad pues el corazón siempre es joven eso es lo mejor y, a veces, también lo peor. Los sueños siempre se cosen con el material más débil que se tiene por lo que casi nunca se cumplen o se rompen fácilmente. “Yo, amor, he aprendido a coser con tu nombre, y voy juntando mis días, mis minutos, mis horas, con tu hilo de letras” Gioconda Belli. Porque se trataba de bordar como una ayuda al sustento familiar si, pero se bordaba en el corazón los sueños por venir, los trozos de vida ya pasados que dolían ya no más que un pinchazo con la aguja en los dedos. Se trataba de bordar el sentimiento del beso robado, el desamor de los días iguales, de poner color al negro de los sueños rotos. Se bordaba y se pensaba que el dolor no mata, solo hiere de muerte, pero nunca termina con la vida. Se trataba de coser, de zurcir, hilvanar...la propia vida y hacer de ella una pequeña obra de arte, que a todo daba tiempo en aquellas tardes de otoño o de invierno.

Cuando las tardes eran desapacibles se bordaba en las casas ayudando a los ojos con la luz que entraba por las ventanas. Se creaba entonces un ambiente de secretos y silencios que el mismo pintor holandés Jan Vermeer hubiera querido conocer para reflejar en sus pinturas. Se trataba de bordar, mientras esa incansable lluvia no paraba en todo el día y golpeaba los cristales de la ventana marcando un ritmo monótono al pasar de las agujas por la tela del bastidor, pero se trataba de prender con hilos de colores el desafío velazqueño de las Hilanderas y no quedar convertida en inútil araña. La vida se abría paso día a día pero con tantas falsificaciones como en el cuadro de Velázquez en que nada es lo que parece y se hacia necesario mucho arte como se ponía en el bordado. La vida solo pende de un hilo y se puede elegir el color que nos debe mecer.

Después venían a recoger los manteles o las sábanas con su embozo bordado en blanco y se llevaban parte de los sueños que las mujeres habían prendido en sus bordados. Dejaban en sus manos otras telas blancas de textura zurbariana pero ya habían aprendido, con la paciencia de las puntadas, que para lograr lo imposible solo se necesita un poco de tiempo.

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