sábado, 10 de diciembre de 2011

VICTORINA GÓMEZ NUEVO. MUJERES PRENDIDAS EN EL AIRE DE TALAYUELA

Esta mañana, antes de salir a la calle, me mire en el espejo para atusarme y, este, devolvió a mis ojos una imagen que me costó trabajo reconocer. La cara de una mujer de de ochenta y cuatro años me hablaba desde el cristal y un deje de tristeza me invadió todo el cuerpo. La piel de la cara, las ojeras del duerme-vela en que se han convertido mis noches, las canas de mis cabellos, hicieron que me sorprendiera momentáneamente de la persona que se reflejaba en mi espejo. Yo creo que solo vive en el espejo pero no vive en mí. Me siento joven y, aunque me reconozco en la imagen que me devuelve el cristal, no es la misma imagen que me viene a la mente cuando me pienso y me recuerdo como la mujer que soy: Victorina Gómez Nuevo


Tantos años vividos han dejado su huella en mi cuerpo y ¿qué importancia tiene eso? me digo ahora, mientras camino por las calles de Talayuela apoyada en mi bastón. No cambiaría ni uno solo de los días que me ha regalado la vida por menos canas en mi cabeza y otras piernas sin tanta artrosis. Todo el tiempo que he vivido no solo me han traído arrugas a mis manos y achaques a mi cuerpo, me han traído, sobre todo, familiares y amigas a las que no cambiaría por tener el rostro de una joven quinceañera...¡Ese mal coche me puede pillar si no cruzo la carretera de prisa! He cumplido años y ¿qué mas dan los años cumplidos?...ahora se que me cuido más que antes que me mataba a trabajar a cualquiera de las horas del día. Nunca me importó comer lo que fuera y aunque lo hiciera a deshora, mi estómago no me dio dolores por ello, pero ahora más que nunca, hago lo que quiero, como a la hora que me apetece y duermo cuando tengo sueño que no suele coincidir con las horas de la noche. A quien le importa si me visto de una manera o de otra y, aún recuerdo, porque así me lo enseñaron, que a la procesión del Viernes Santo hay que ir de negro y, fuera de ese día, me pongo la ropa que quiero... ¡niño, bájate de la acera que me vas a tirar, que soy mayor que tú!


Mi madre Paula me dijo que nací el día nueve de junio del mil novecientos veintisiete. Total que tengo ochenta y cuatro años mal contados. Ahora que camino a la casa de mi sobrina Pauli me agarro con la mano la medalla que siempre llevo al cuello con la imagen de mis padres y mis hermanos. Ella, mi madre, me llevó nueve meses en su vientre y yo la llevo colgada ahora a mi cuello y es que, nunca dejamos de ser hijos, por muchos años que tengamos y yo, aún, la echo de menos a mi lado.


El medico me dijo el otro día que tengo “nemia”, que vigile el corazón y que no me canse, que lo tengo mal. ¡Cómo no voy a tener mal el corazón con todas las personas que se me han muerto! ¡El médico no se dará cuenta!...en esa calle vivía mi amiga Maximina, en esta otra de la derecha está la casa de Paula, en la de mas arriba la de Severa,.. y hermanos y sobrinos también se fueron de mi lado ¿Cómo no voy a tener mal el corazón? ¿Como no voy a llorar de vez en cuando si tengo rota el alma y, por eso, sé comprender mejor a los enfermos que visito y sé llorar con los que lloran. Esa compasión y este saber comprender al que sufre me lo han dado los años que he vivido aunque también me hayan traído artrosis a mis manos, pero no hay comparación entre una cosa y otra.


¡Ahora cuando baje pasare por el mercadillo por si veo algo que me guste, ya soy muy libre para comprarme lo que desee aunque no me lo ponga! Donde se pone el mercadillo era el Arenal y se corrían las Cintas y la carrera de Gallos en las Fiestas de Agosto. ¿Será porque me acuerdo tanto de esas Fiestas de la Virgen que me gusta ponerme mantones de Manila en los carnavales? ¿O será que los años vividos me traen más frescos a la memoria los recuerdos de mi infancia? Me da igual, sea lo que sea, estoy conforme con lo que soy ahora y eso me da tranquilidad y paz y, de lo demás, que se encargue Dios. Yo puedo disfrutar de mis ojos que aun pueden ver el otoño en los árboles del jardincillo, de los hijos de mis sobrinos y de los hijos de mis amigas para darles el beso y el abrazo que ellas ya no les puedan dar. ¿Tengo como hambre o será el olor a café que sale de esta casa?


¡Cómo ha cambiado este pueblo desde que era una niña! Es normal que yo haya cambiado también pero continuo gozando del placer de sentarme en la plaza de Talayuela, de tener ese Parque Natural y, también, me gusta ser como soy. Los años me han dado una tranquilidad que antes no tenía, tengo tiempo de sobra para todo lo que quiero, puedo alegrarme de haber vivido lo suficiente para contar mis años y tengo derecho a decir lo que pienso aunque no le guste a nadie lo que digo. Todos los que están pasando ahora a mi lado se harán mayores como yo ¡si es que llegan a tener los años que yo tengo!

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