jueves, 7 de junio de 2012

LA PROCESION DEL CORPUS EN TALAYUELA

Llegó el día. Todo Talayuela amaneció de fiesta para honrar aquel jueves que, decían entonces, brillaba más que el sol. El  astro solar anunciaba que en el hueco del día reinaría un calor insoportable. De las puertas colgaban las mejores colchas que dejaban ver a los lados unas sabanas de un blanco purísimo. Las escalera de acceso a algunas de las casa, cubiertas con paños, se llenaban de jarrones con ramos de rosas que emitían un olor dulzón mucho antes de acercarse a el. Los calderos de cobres, de tan limpios, reflejaban el sol que te hacia daño a la vista. Una mesa, cubierta con algún paño ricamente tejido, servia de apoyo a una imagen. Un paño blanco encima de la mesa. Una alfombra de juncia, mastranzo, tomillo...y algunas macetas primorosamente cuidadas, enmarcaban los altares que se ponían en las calles.

a procesión salía de la iglesia de San Martín. La cruz parroquial y dos cirios que portaban los monaguillos abrían la procesión. Se recorrían las calles de Talayuela mientras el sol avanzaba en su andadura en los más duro y caluroso del día. Se procesionaba el Santísimo Sacramento, al que acompañaban los niños de comunión y demás habitantes del pueblo.

Petra marchaba toda la procesión detrás del sacerdote que portaba la custodia con el Cuerpo Santísimo de Jesucristo. Se había levantado demasiado temprano para preparar el altar, ayudada por algunas vecinas, en la puerta de su casa. Sabía que a sus sesenta y cinco años su cuerpo ya no tenia las mismas fuerzas de los años juveniles pero no quería, mientras tuviera fuerzas, dejar de hacer el altar que ya habían hecho antes su madre y la madre de su madre. Se trataba casi de un ritual que pertenecía a la herencia de la propia familia y no sería ella quien rompiera esa tradición. Además, guardaba en los pliegues de su memoria, como si de las joyas de la familia se tratara,  las palabras que su abuela le había repetido machaconamente en su niñez. Se trataba de los corporales de Daroca que contenían las formas que el capellán había consagrado para la comunión de los generales. El ataque de los árabes fue tan violento que el capellán guardó las Formas consagradas envueltas en los corporales y las oculto entre unas piedras para que no fueran profanadas. Al terminar dicho ataque el capellán las encontró pegadas a los corporales y tintadas de sangre. Desde entonces, y secretamente, siempre había deseado que la ocurriese algo parecido en las muchas de las procesiones del Corpus a las que había asistido.

Con el velo que la cubría la cabeza y que algo la protegía del ardoroso sol, Petra procesionaba detrás de la Custodia dorada y podía ver como las personas mayores se arrodillaban a su paso. Sin saber por qué sintió un duro golpe en el estómago y un nudo le atenazó la garganta. Sentía el sol sobre su cabeza y hasta su nariz llegaban los olores de las hierbas olorosas pisadas por mil pies que lograban casi marearla. Las piernas comenzaron a temblarla y rogó que no se desmayara antes de llegar al altar de su casa. 
De pronto se encontró arrodillada ante el altar de la puerta de su casa. Todo allí le era tan familiar  que incluso creyó que eran las mismas voces de su madre y su abuela las que entonaban el Tantum ergo envolviendo la Custodia que, a su vez, reposaba en el altar sobre el paño de un blanco purísimo. Al levantar el sacerdote la Custodia dorada  Petra vio como un hilo de sangre resbalaba desde el Viril y se posaba en el paño en el que había estado la Custodia. No entendía como nadie se daba cuenta de lo que sus ojos veían. El rojo de sangre destacaba sobre el blanco del paño.

El olor a incienso le llegó hasta los pulsos y termino desmayándose por el esfuerzo de incorporarse y atrapar con sus manos el paño manchado en sangre. Su abuela, su madre, y todas las mujeres de la familia le estaban hablando a su alrededor. No sabia por qué creía adivinar en sus ojos una alegría especial que caía sobre ella llenándola de un gozo indecible.

Se despertó en su cama, atendida por sus amigas y no sabia bien que hora era pero el paño manchado de sangre, que agarraba fuertemente, la hizo consciente de todo lo sucedido.


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