viernes, 8 de octubre de 2010

ESTOY LEYENDO A PESSOA...

Estoy leyendo a Pessoa, el libro del desasosiego, que, aunque antiguo ya – casi un cuarto de siglo- conserva su tono triste y decadente como la preciosa ciudad de Lisboa, en la que nació el auto, allá por el año de 1888 y, conserva, también, la capacidad de sumergir al lector en un interesante viaje hacia sí mismo. Ya desde la primera página de su libro hace Pessoa una afirmación con la que yo me encuentro muy a gusto: “pertenezco, dice Pessoa, sin embargo, a esa clase de hombres que están siempre al margen – entiendo este margen como frontera- de aquello a lo que pertenecen, y no ven solo la multitud de la que forman parte, sino también los grandes espacios de alrededor”

Hace poco me preguntaba un periodista si, a lo largo de mi vida, me había acompañado algo a lo que yo le hubiera dado la capacidad de ser portador de buena suerte, o, como amuleto, quizás, pegado a mí, día tras día... No, respondí, a nada he dado ese poder de ser portador de buena suerte, de tejas para abajo, pues bien sé que el Buen Dios vela por mí, aunque lo único que me han acompañado, después de muchos traslados de casa, y que ya se han adosado a mi lado para siempre, han sido libros. Libros, algunos con las páginas amarillas ya, pero que continúan teniendo el poder de sumergirte en las aguas, cada día mas serenas, de ti mismo. Libros con los que hemos realizados los mas hermosos viajes a través del mundo que traían a nuestros ojos la lectura pausadas de sus páginas. Los mejores olores y sabores casi siempre nos han llegado por la descripción de unas letras en las páginas de algún libro. Hemos pisados los mas bellos paisajes, cuando los pies estaban resguardados al rescoldo del brasero, con las manos en un libro cuyas letras poseían la magia de parecer que apartábamos la rama de un sauce tras la que se encontraba la mejor vista de un valle que jamás nos atrevimos a soñar que pudiera existir. Puedo afirmar que, a casi todos, se nos ha hecho mas grande el corazón cuando leyendo a algún poeta descubríamos que expresaba en su poesía, mejor que nosotros mismos pudiéramos hacerlo, lo que estábamos sintiendo en ese momento.

Quizás no sea Pessoa al mas adecuado para leer en este otoño, de por si triste y melancólico, pero sin duda es oportuno siempre ese incitarnos a recorrer los grandes espacios metafóricos de alrededor de nosotros mismos. Cuando la naturaleza hace el último esfuerzo por seducirnos con esa sinfonía de colores antes de meterse dentro de sí misma a germinar la sabía nueva de la próxima primavera, Pessoa nos sumerge en los aledaños de nosotros pues, bien sabemos que a veces, el primer extraño, los espacios mas cercanos, el primero a quien tenemos que conocer y comprender, es a nosotros mismos.

Después de nosotros mismos están los grandes espacios que existen a nuestro alrededor: las personas con las que convivimos, el paisaje que compartimos. Sin duda, la contemplación de esos espacios es el mayor goce estético que no ha sido dado admirar y las emociones que nos provoca es lo realmente importante para analizar y explorar como si fueran la isla desierta mas bella puestas ante nuestros ojos. Mirar y admirar los aledaños de nosotros mismos y, los límites, de las personas y del lugar donde vivimos es una buena tarea otoñal ahora que todos nos replegamos a nuestros cuarteles de invierno con el inicio de esta estación invernal.

Talayuela tiene mejor primavera que buen otoño. Escasamente hay algún árbol, su mayoría son encina, roble y pino, que se vuelva áurea, o caldera, el color de sus hojas pero, con toda la naturaleza, Talayuela se repliega sobre sí misma haciendo un esfuerzo por comprenderse y entenderse en estos nuevos tiempos en que vive y abrirse a esos nuevos espacios que la rodean y la habitan desde sus mismas entrañas.

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