miércoles, 19 de octubre de 2011

MUJERES PRENDIDAS EN EL AIRE DE TALAYUELA (I)

BENEDICTA MORENO GONZÁLEZ

Hay quienes dicen que los sentimientos quedan prendidos en el aire de ciertos lugares, que los olores aromatizan las piedras y se quedan allí trasminando durante siglos, por muchos que se vuelva a construir en aquellos espacios. Hay quienes dicen que quienes han convivido durante tiempo en aquellos lugares y le son tan queridos, por las personas que en ellos vivieron, los ojos les engañan, no ven las construcciones actuales, pues su retina solo les devuelve la imagen de los edificios y las personas que ellas llevan en sus corazones y a quienes tanto querían.


De figura menuda, morena de tanto sol de por aquí, ágiles sus piernas de haber andado mucho. Lleva puesta siempre una sonrisa que da brillo a sus ojos, transmitiendo su cara serenidad y ternura. Cuando sube la calle de los Granados, de venir de casa de uno de sus hijos, comienza a andar la calle Carlos V, se presenta ante ella el edificio de no se cuantas plantas, que hace esquina con la calle Magallanes. A ella le llega el olor a fragua, a carbón encendido. Sonidos de golpes de martillos sobre yunque le resuenan en su cabeza y, engañada por sus ojos, cree ver la figura de la persona que tanto echa de menos. Entonces le vienen a la memoria aquellos versos que, en algún teatro ambulante en Talayuela, escucho recitar y creyó que se referían a la suya: “La luna vino a la fragua, con su polizón de nardos, un niño la mira, mira, un niño la esta mirando...El jinete se acercaba, tocando el tambor del llano. Dentro de la fragua un niño, tiene los ojos cerrados”

Benedicta Moreno González nació en Talayuela un diecisiete de noviembre, ese bendito mes, que comienza con Todos los Santos y termina con San Andrés, del año de mil novecientos veintisiete. Ahora le parece que fue ayer cuando recorría las calles de este pueblo, tan distinto al de entonces y tan igual al de ahora, corriendo más sus sueños que sus piernas. ¿Quien no ha tenido sueños a los quince años? La Vida le dio cuatro hijos y, ahora, más que a su propia muerte, teme perder a alguno de ellos...”porque el pensar que te iras, me causa un terrible miedo, de si yo sin ti me quedo, de si tu sin mi te vas...”

Ya se le han ido bastantes seres queridos entre, padres, esposo, hermanos, familiares... y, cuando se siente mal, cuando la atenaza la añoranza de esos seres queridos, se refugia en el cementerio, ese espacio sereno entre pinos que, cuando el aire mueve sus ramas, trae sones de voces queridas. Allí el aire hace presente susurros de personas, caricias nunca dadas, besos que no salieron de los labios, alegrías de reencuentro para dar todo lo que se quedó sin darse: «Duerme al abrigo de la tierra una esperanza» (Oscar Monesterolo)

Siempre fue ama de casa y ahora, con más tiempo de sobra, se dedica a visitar enfermos; está leyendo el libro “Testimonios de Enfermos” para saber comprender mejor a los que visita. Siempre lleva colgada una Cruz al cuello, que aprieta con sus manos en muchas ocasiones, pidiendo la fuerza para ella misma y las personas que quiere o visita.

Con sus ochenta y cuatro años vividos, aún sueña con una plaza de Talayuela más grande y con un pueblo mas limpio; aun le gustan las canciones de La Pantoja porque expresan mucho de lo que ella siente...Ese barco velero cargado de sueños cruzó la bahía. Me dejó aquella tarde agitando el pañuelo, sentada en la orilla...; aun sabe que el Parque Natural y Las Iglesias son dos de los espacios de Talayuela que más le gustaría se protegieran; aún sabe que tiene muchos días por delante para entregarlos a sus hijos, nietos, familiares...y a los enfermos que visita.



No hay comentarios:

Publicar un comentario