jueves, 27 de octubre de 2011

MUJERES PRENDIDAS EN EL AIRE DE TALAYUELA (II)

AURORA BAEZA MORENO


Hay fechas que llevamos grabadas a fuego y nunca desaparecen de nuestra vidas, como tampoco se borran los dolores que vivimos en sus minutos. Ella comprendió en aquella fecha y de golpe que, aunque se tenga el corazón hecho pedazos, se puede continuar viviendo. En aquel día murió su marido, se quedó sola, joven, con sus hijos y con la vida por delante para sobrevivir. Aquel día comprendió que no sabía muy bien que le habían explicado del cielo pero que, sea lo que fuere, siempre sería mejor que aquello por lo que ella estaba pasando...temprano levantó la muerte el vuelo... Después aprendió, también, que por profundo que sea el vació que se tenga en el alma, la vida siempre se acerca con nuevas recompensas.

Cuando en las noches de verano Talayuela se abanica con la brisa que viene del río, se sienta a la puerta de su casa y pasan sus recuerdos por su mente, como pasa la brisa por la calle Doctor Marañón, en la que vive, y la refresca el alma. Siempre supo que nació un nueve de septiembre de mil novecientos veinte. Comprende que tiene noventa y un años de vida pero aún siente la sangre en sus venas y la luz en su mirada. Y recuerda el nacimiento de sus dos hijos...una mujer morena, resuelta en luna, se derrama hilo a hilo, sobre la cuna...y de sus nietos, bisnietos y familiares porque a todos ha visto nacer y crecer y es la memoria viva de la familia.

Aurora Baeza Moreno. Le hubiera gustado ser modista y prender con alfileres la luz plateada de la luna en los vestidos que hiciera para sus hijos y nietos. A cambio, por llamarse Aurora, caminó todos los caminos de Talayuela a la aurora del día, buscando el trabajo de los campos. Sus manos tienen aún el olor de haber cogido algodón, pimiento, tabaco... del hielo de la rueda-rueda del helado de vainilla y, cuando se atusa su media melena, queda quieto en su pelo el olor que llevan sus manos. Nunca la asustaron las dificultades pues sabe que el trabajo y la lucha llaman siempre a los mejores...

De figura menuda, supo dominar la fragilidad aparente de su cuerpo, pues sabe que la fuerza siempre nace de dentro y allí, ella, se siente fuerte y tranquila. Siempre le gustó leer y ahora, hace “sopa de letras” intentando sujetar esta maldita memoria que a veces va y viene. Sus dedos se entretienen con el tapete que cubre su mesa mientras sus ojos miran la boca y los ojos del que habla poniendo una sonrisa a la conversación que, a veces, no escucha muy bien... tu risa me hace libre, me pone alas. Soledades me quita, cárcel me arranca...

No le gusta esta Talayuela de ahora que le parece tan insegura y echa de menos aquel tiempo en que nunca se cerraban las puertas de las casas y se vivía en la calle como si fuera el salón de estar de todos los vecinos. Echa de menos los Pilones, el agua que de ellos salía y los momentos de risas de las mozas al echarse agua con las manos o al romperse el cántaro. Echa de menos que los jóvenes de ahora no hagan teatro, como en su juventud, cuando tuvo que interpretar aquella obra de Morena Clara, al fin y al cabo, interpretar a otros personajes siempre es una salida a la pesadez de la vida diaria.

Lleva siempre consigo una medalla que la regaló su cuñada porque lo que mas valora es la familia y aparece en su rostro una sonrisa cuando recuerda las bodas, las comuniones, los acontecimientos familiares en que su casa se llena de gente y puede ver, reunidos a su lado, a los hijos de sus hijos y a los hijos de estos; a los familiares que prohijó como si fueran sus propios hijos.

Sabe dar, como el que más, lecciones de generosidad, pues su vida fue una escuela que la preparó para ello y tiene siempre una palabra amable que decir. Ama la vida y le gusta el sonido de la verbena de Agosto cuando, sentada en su puerta, parece que los pies se le mueven al son de la música que tocan, mientras se abanica lentamente.



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