miércoles, 24 de febrero de 2010

CUANDO DOBLAN LAS CAMPANAS...

Cuando doblan las campanas de la torre; cuando, con su melodioso son, nos indican sus toques que alguien se ha muerto; cuando abrimos los oídos para ver si algún vecino, quien al igual que nosotros el toque de campana le ha sacado a la ventana, nos dice ¿por quien doblan las campanas? Cuando por fin cesa el toque que, por un momento nos ha unido con otro mundo, y, como si fuera un consuelo que necesitamos, nos dicen: es una persona mayor la que se ha muerto. A mi me viene a la mente el poema de John Donne; …La muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quien doblan las campanas; doblan por ti.

Nos estamos quedando sin esa generación de personas que nacieron en los años veinte o treinta y que eran nuestro lazo de unión con aquellos tiempos y con aquel pueblo tan diferente de este en el que ahora vivimos. Son ellos la memoria dormida, la memoria que se niega a morir, la memoria que se vuelve a los apacibles años de la infancia y de la que recuerdan con clarividencia absoluta lo vivido en aquellos años. Nos estamos quedando sin esa generación de personas que guardan la vida de Talayuela en cada una de las venas de su cuerpo y junto al vacío que dejan en sus sillones, se une el vacío de dejarnos sin referente de lo que un día fuimos.

Porque vivimos en un pueblo en el que sin duda todo es mejorable, como cualquier pueblo que se precie de serlo. Un pueblo que ha llegado a enamorarnos y en el que, como dice Araceli Moreno, ...no mas pasar las Laborales ya el corazón nos late mas rápido al acercarnos a él. Un pueblo al que echamos de menos cuando nos separamos de él. Un pueblo que trabaja y vive de industrias, de trabajar el tabaco en las fincas y en el Centro, y de los servicios que, unos a otros, nos prestamos en los diferentes negocios. Talayuela es eso y un campo de golf, una circunvalación, un colegio inmenso, personas que transitan sus calles a mediodía…, eso, y mucho mas, para cada uno de nosotros y cuando nosotros estemos tendidos al lado de los pinos, continuara existiendo y siendo amado por otros como nosotros.

Pero cuando nos falte esta generación que se nos está muriendo, quién les dirá a los hijos de nuestros hijos, que bajo el cemento de sus calles se encuentran los rollos con los que antes fueron empedradas las calles. Quién les dirá que la luz del verano reverberaba en el blanco de cal de las paredes de las casas, haciendo daño a la vista de tanta blancura. Se creerán que hubo un tiempo en que había poyos en las puertas de las casas, arrimado a las paredes, en los que nos sentábamos, en animados corros, para pasar los calores que había dejado el sol del día en las paredes de las casas.

Quién les dirá, a los hijos de nuestros hijos, que nuestros abuelos fueron pastores, cuando apenas sabrán ellos lo que es una oveja. Sabrán distinguir la belleza de la luz en primavera derramándose sobre las encinas de la dehesa. Sabrán emocionarse se alguien les relata cómo era el transitar de aquellos compañeros inseparables que eran los pastores y sus perros, siempre atentos a las necesidades del pastor. Comprenderán que había tal comunicación y tan profunda entre los perros y el pastor, que solo un silbido o unas palabras cortas, eran suficientes para que los perros dirigieran a las ovejas a donde el pastor quería. Perros careas, orgullosos mastines, ayudaban a los pastores en los trabajos; pastores que eran portadores de una cultura que se habían trasmitido de padres a hijos.

¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?
…Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.
JOHN DONNE, Londres (1572-1631)

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