sábado, 13 de febrero de 2010

DESDE QUE LEÍMOS QUE DON QUIJOTE...

Desde que leímos que a Don Quijote, por habérsele nublado la mente, viera en los molinos de la mancha unos grandes gigantes que debería derribar con solo su lanza, comprendimos qué poca cosa es necesaria para traspasar el límite que separa el mundo de la locura y el de la cordura. A veces tenemos un tremendo temor a traspasar con nuestra forma de ser ese fino límite que separa un mundo de otro. Procuramos que nuestras acciones estén dentro de lo que piensa la mayoría de las personas que se encuentran a nuestro lado, creyendo erróneamente que lo que hace la mayoría da validez a un comportamiento, y nos entra un desasosiego interior si alguna vez hemos traspasado ese estrecho límite.

Para definir ese mundo de las actuaciones sensatas usamos la palabra cordura, que viene de una raíz (cor…) que se usa en latín para definir el corazón. Y, en este campo, es donde más fácilmente podemos traspasar ese estrecho límite de la cordura y la locura. Es con el corazón con el que tomamos la mayoría de las decisiones que nos afectan a nuestra vida por que sabemos que, ese mundo del corazon, es mucho más amplio, tiene mas matices, es mucho más sugerente y arriesgado que el mundo de la razón. La belleza de la mirada del corazón sobre cualquier realidad siempre la hace mas apetecible de decidirnos en su favor que la posibilidad de elegir lo correctamente sensato porque es mucho más limitado. El corazón nos sitúa sobre un techo de cristal tan nítido, como fino es el límite entre un mundo y otro, y, nos pone, ese agujero en el dique de nuestras emociones que se pueden convertir en una avalancha desbordante incapaz de controlar posteriormente.

Cuántas decisiones hemos tomado a lo largo de nuestra vida con las que hemos rozado el límite frágil de ambos mundos y en cuantas nos hemos sumergidos compartiendo del todo la mente nublada de Don Quijote y andando por nuestra vida con un rehilete de papel en la mano, símbolo evidente de locura. Cuantas veces hemos bordeado el estrecho limite sin atrevernos a pasar de la raya porque sabíamos que de hacerlo nos introducíamos en un mundo que nos producía pavor. Cuentan que los conquistadores de América cuando querían que los soldados no traspasaran un límite, después de trazar una raya en el suelo con su espada, decían a sus soldados: ¡más allá hay dragones!

También en Talayuela existían rayas que no podíamos sobrepasar en nuestros juegos infantiles pues de hacerlo entrábamos en las prohibiciones advertidas. Por la zona sur había un límite que era La Higuera Loca. Se llamaba así esta higuera por las ramas y los tallos que le crecían viciosos y pujantes, como sin control alguno. Ella dominaba aquella callejuela y solo hasta allí, y entre sus brotes viciosos escondernos, podíamos alejarnos, sin pasar la raya, en la imaginada libertad de nuestros juegos infantiles. Después crecimos y sobrepasamos aquella raya, llegamos al cerro de las cabañas, y recorrimos todos los caminos posibles pasando todas las rayas que en ellos había. Y fue entonces, tal vez sentado al borde de algún camino, cuando comprendimos que la raya que no podíamos sobrepasar estaba en nuestro interior, dentro de nosotros. Y vinimos a comprender que, el límite de la locura y de la cordura, es solo un techo de cristal que, con el paso del tiempo, se va desplazando hacia arriba.

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