jueves, 23 de diciembre de 2010

CAMINO DE LA ANDONERA ( I )



Mire usted esta plaza, amigo, que vamos a recorrer uno de los caminos que más cariño tenemos y no porque lo hiciéramos nosotros solos sino porque lo hicieron nuestra madres. Ellas iban a lavar a la Andonera con grandes baños de ropa en sus cabezas, apoyados sobres las redondas rodillas de tela, para no hacerse daño, algún cubo en el cuadril y la otra mano agarraba la del niño más pequeño, mientras los mayores iban delante, jugando y corriendo, como si de un día de fiesta se tratara.


Salgamos de esta plaza Real de Talayuela por la calle que llamamos ahora del obrero Joaquín Jardón, que fue un buen trabajador, que dejaba lo trabajado de sobra para sacar adelante su casa y sus hijos. De él, y de otros como él, dijo el poeta: ...contar sus años no sabe y ya sabe que el sudor, es una corona grave de sal para el labrador... Miguel Hernández. Es una calle larga y empinada hacia la plaza que se viene estrechando desde su inicio hasta aquí arriba como si fuera un embudo. Por esta calle, por ser de las de más cuesta, gustan de subir los mozos y las mozas a la Virgen de la Asunción, en las procesiones de agosto, por costarles más esfuerzos a quienes los portan sobre sus hombros.


Iniciemos ya este camino que tantas veces andamos en nuestros años infantiles. Mire, amigo, la casa que hace esquina a la derecha al salir de esta plaza, es la casa de Luís Vizcaíno. Esta familia vino a Talayuela desde Huertas de Anima, cerca de Trujillo, y son hoy unas de las más numerosas. Aquí vinieron y aquí se casaron, Germán, Eladio, Jacinto, Teresa, Luís, Juan y Petra, todos ellos hermanos entre sí y crearon una familia de hermanos, primos hermanos, sobrinos de los primos y demás parentela tan larga como el río Tiétar. No mas iniciar la bajada de esta calle y al fondo de todo, se alza majestuoso el frondoso fresno del Malagón que hechiza la mirada y la requiere como la sed al agua. Solo en la soledad del prado, muere y nace con las estaciones del año, pero siempre está ahí llamando a la esperanza con sus ramas verdes. “...Y, en cordial semejanza, buen árbol, quizás pronto te recuerde, cuando brote en mi vida una esperanza, que se parezca un poco a tu hoja verde...” Antonio Machado

Ahora, amigo, lleve la mirada a la izquierda y aquí, donde termina esta esquina del Ayuntamiento, había un solar que hacia de paso de la calle de atrás, que se llama Cardenal Cisneros, y esta otra. Aquí se iniciaba una serie de casas que había hecho el Ayuntamiento y cuyas ventanas traseras daban a la otra calle. En la primera de la izquierda vivía el señor Antonio, carpintero y. allí mismo, tenia su carpintería en lo que parece era casa y trabajo, todo en uno. En la otra calle tenia una puerta grande, que abría en verano de par en par y se le veía trabajar. Siempre le vimos en nuestra niñez como un señor mayor, con sus gafas que después haría popular John Lennon, su bata de carpintero, y su lentitud en el moverse y en el hacer de su trabajo. Allí nos reuníamos los muchachos al olor del serrín y de la historias que contaba, en las tardes de merendilla veraniegas de pan, aceite y azúcar. Nunca supe nada de ese hombre que alimentaba nuestra imaginación infantil con sus palabras de leyendas antiguas, sus herramientas de carpintero y su escaso pelo lleno del blanco polvo del serrín. Nunca supe de donde vino ni de que familia era, algunos decían que provenía de Navalmoral, y cuando se murió, el Ayuntamiento, creo recordar, se hizo cargo de todo, como un indigente que nada tenia. “... Que tiene la vejez horas tan bellas, como tiene la tarde su celaje, como tiene la noche sus estrellas....” Rivas Palacio.


Las casas de esta calle, y a la izquierda, según bajamos, las hizo el Ayuntamiento y después, con el paso del tiempo, las fueron comprando y rehabilitando, los vecinos que las habitaron. Junto con la calle de los Granados, ahora en peor estado, son las calles que conservan la forma de ser de lo que fue antes este pueblo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario