sábado, 11 de diciembre de 2010

CAMINO DE LA FERIA DE SAN MARCOS ( IV )

Ahora ya amigo caminante, todo es andar en el camino de cerro Palomo, que se inicia bajando el cerro Las Cabañas, o Carretero en otras guías de camino. Desde allí se llega y se comienza a transitar por el camino que dicen de Los Panaderos, dejando a la derecha el cerro Hueco, a la izquierda El Ejido Nuevo y se llega a descansar a la laguna que hace el arrollo Palancosillo. Allí, en las riberas del agua de la laguna, en este tiempo de la primavera de San Marcos en la dehesa, florecen las flores blancas y amarillas suspendidas en el agua azul cielo. Los juncos se doblan apenas por la brisa del aire de la sierra y la hierba fresca se ofrece como sábana limpia para, echado hacia arriba, mirar al cielo con nubes blancas de primavera. El tomillo aún no ha florecido del todo, ni los brotes de los árboles han explosionado pero ya el aire lleva el aroma de las plantas por las que ha pasado; ya el aire mueve el mastranzo, la menta, que crece en la ribera de la laguna y te embriaga con su olor. Es cuando se comprenden las palabras de Julián Peragón: “Si uno pudiera desprenderse de todo lo innecesario dejaría un hueco en su vida para que anidara la belleza...”; belleza que nos rodea y nos envuelve como un manto, pero, a veces, somos incapaces de admirarla.


Después del descanso se reinicia el camino de los Panaderos y es, entonces, cuando el verdadero caminante, sabe dar gracias por este momento de belleza y poesía que siente al pisar sus pies levemente la tierra del camino. Es el camino de la feria, de San Marcos, pero, también, es el camino de la vida en la que todo pasa y todo es nuevo a la vez. La naturaleza se convierte en bella señal y, en este tiempo primaveral, trae aires llenos de esperanza. “En el ambiente de la tarde flota ese aroma de ausencia que dice al alma luminosa: nunca, y al corazón: espera...” Antonio Machado. Ahora todo es andar, ver, sentir, mirar, admirar, compartir, gozar, hablar, callar... para escuchar el silencio sonoro. Alguna vacas pacen en los pastos primaverales, con su campanillo al cuello y su ternero al lado, que ya nos mira desafiante en su bravura... y cordilleras de toros, con el orgullo en el asta... Miguel Hernández.

Sucedió hace muchos años, aunque no tantos que mi mente no pueda acordarse de todos los detalles que le voy a contar, mientras andamos este camino hacia la dehesa de San Marcos, por el camino de los Panaderos. Alrededor de estos días de la Feria es cuando la dehesa comienza a poner todo lo que ha diseñado durante el invierno sobre los colores con que debe vestir sus campos. Todos conocemos el viejo refran de nos dice: "la primavera, que cante o que llore, no viene nunca sin flores"

Fue por estos días en que comenzaba la fiesta de San Marcos sin venir a acordarme exactamente del año, cuando un mozo de Talayuela, montado en su yegua, negra como una noche de invierno, corría a tanta prisa, que daño hiciera a los que hacíamos este camino andando, si no tuviéramos cuidado nosotros y él no fuera un buen jinete. En el fugaz momento en que el jinete y la yegua quedaban cerca de nuestros ojos pudimos mirar el sudor del caballero y el caballo y comprobar que el galope del animal no era momentáneo sino que hacia mucho que corría de esa manera. Me pareció que, jinete y animal, corriendo por aquel camino, llevaban la mirada perdida.

Al poco tiempo se nos pasó aquella impresión y volvimos a fijar nuestros ojos en el camino y lo que él nos ofrecía. Adelantábamos, o ellos a nosotros, a otros grupos de personas que iban a la feria de los diferentes pueblos de la Vera. Aquel colorido en las cintas del pelo, los pañuelos de cien colores, los refajos, las faldriqueras donde iba el dinero para lo que se quería feriar, nos decían que esos grupos venían de Valverde, Viandar, Talaveruela, o algún otro pueblo de la vecina comarca. Ya hacia tiempo que habíamos dejado el camino de los Panaderos, el otro tramo que nos llevó a la dehesa del Fondón y, desde allí, andamos por el camino de los Huertos de la Casa de San Marcos, que era el destino de nuestro viaje.

No caminamos muy de prisa porque llegamos a la finca de San Marcos ya casi cuando el sol se estaba escondiendo y las hogueras lanzaban al cielo el humo y las llamas que calentarían a todos los que habíamos ido del mismo pueblo. Aquella primera noche de fiesta en la finca de San Marcos no se pudo dormir cuando se quería, pues los cantos de ronda en las diferentes hogueras, la alegría que produce el vino que se bebe en compañía y las ganas de conversación que da la falta de prisas para madrugar, propiciaban pocos medios para conciliar el sueño. Después de varias cabezadas y, despertado por las canciones de rondas que resonaban por todos lados, decidí pasear para serenarme y poder conciliar el sueño después. Allí, apoyado sobre el tronco de una vieja encina, estaba el mozo que nos había adelantado por el camino y la yegua a su lado que comía la hierba en la distancia que el ramal la dejaba. No se dio cuenta de mi presencia, tampoco quise yo adéntrame en sus silencios que parecían profundos, pues solo un lento movimiento de cabeza y de manos, me hicieron pensar que no dormía sino que algo le ocupaba la mente.

EN TALAYUELA PINOS, CAMPOS
Y LOS TOROS POR SAN MARCOS

No hay comentarios:

Publicar un comentario