sábado, 19 de febrero de 2011

CAMINO DE LA HIGUERA LOCA Y (V)

Salió de aquella plaza. Quería volver a saborear el agua con sabor a menta del Pozo de la Fuente de Abajo y quitarse aquel sabor de almendra amarga en su boca que le habían dejado los higos de la Higuera Loca. El sol de agosto le daba en la cabeza pues había perdido el sombrero entre los empujones. Unos cuantos niños le seguían dándole voces pues no creían si no que estaba loco de verdad. Él mismo lo estaba pensando ya, sus mismos ojos le confundían todas las cosas que veía. Aquella luz cegadora de agosto le hacia ver animales feroces en las moscas, un intenso olor nauseabundo le llegaba a su nariz, los niños que le seguían escuchaban sus pensamientos y aquel sol de agosto le quemaba la piel.


- ¡Por qué había tenido que dejar su concejo en este día tan caluroso de agosto!


Se quitó la camisa, pensaba que ella era la causante de aquella sofoquina y la percibía como algo pegado a su cuerpo que le amordazaba. Los niños redoblaron sus gritos y él, preso de un miedo que le hacia sudar, corrió y corrió por entre aquellas calles del grupo de Casa de Cesáreo Encabo. El sabor a almendra amarga le quemaba la boca y quería apagarle con el agua sabor a menta del Pozo de la Fuente de Abajo. La luz del sol que se reflejaba en las paredes de aquellas casas blancas de cal le hizo perder el rumbo de donde se encontraba.

- ¡Por qué había tenido que comer los higos de aquella Higuera tan loca como él mismo estaba ahora!

Las voces de su interior se hicieron mas claras y mas fuertes provocándole un firme dolor de cabeza. Incapaz de soportarlo dio un fuerte grito, se tapó sus oídos con sus manos y se dejo caer en el suelo, pensando que no volvería nunca a su Concejo por todos los peligros que había a su alrededor. El aguacil lo cerró en el calabozo del Ayuntamiento al no ser capaz de entender nada de aquel borbotón de palabras sin sentido que salían de su boca. Un sentimiento de compasión le lleno el corazón del aguacil mientras cerraba el calabozo y recordaba los ojos extraviados del aquel mozo que allí dejaba cerrado por no saber quien era.


Se acurrucó en una esquina del estrecho calabozo. Se tapó los ojos con las manos como no queriendo ver las ideas que le venían a la mente. Estaba experimentando todos los matices de la tristeza y la soledad en aquel rincón. Era como si cayera en un pozo profundo con vació negro sin asideros. De repente otra vez, en su cabeza, aquellas terribles voces. Hasta el calabozo llegó, una y otra vez, el mugido del toro de agosto que estaba cerrado en lo corrales de tío Damián. Aquellos mugidos le llegaban como la llamada de un preso que pidiera ser liberado de una cárcel como en la que él estaba. Por primera vez las voces que escuchaba en su interior le hicieron comprender por qué había salido de su concejo en este día de agosto de tanto calor. Había hecho el viaje, con el único fin de liberar a ese toro de una muerte segura y le hacia llegar su llamada de socorro a través del tono lastimero de sus mugidos.

Se empeñó en derribar aquella puerta con puños y patadas. La sangre de sus puños le hacia sentir la certeza de que debería liberar a ese toro. Una patada y otra, un golpe con los puños y otro; cuando ya era de noche, consiguió derribar la puerta del calabozo. Salió corriendo hacia el lugar donde venían los mugidos del toro que esperaba ser liberado de una muerte cierta. Con la agilidad de la locura en sus piernas y en sus manos, saltó la tapia del corral de tío Damián. Ahora ya, dentro del corral, debería cortar las sogas que retenían al toro y abrirle la puerta para que volviera a la dehesa de la que había salido. El toro notó que algo se movía en aquel corral iluminado por la luna de agosto. Arremetió contra él y le clavo los cuernos, una y otra vez, en aquel cuerpo inerte. El mozo de un concejo de la Vera notó que la sangre y la vida le salían de sus venas, miró a la luna de plata y murió, con aquel sabor de almendra amarga, sintiendo no poder cumplir las órdenes que le llegaban a su cabeza, de dar la libertad a aquel toro de agosto.




TALAYUELA: PINOS, CAMPOS
Y LOS TOROS POR SAN MARCOS.

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