lunes, 7 de febrero de 2011

CAMINO DE LA HIGUERA LOCA (III)

Ahora ya, amigo caminante, salgamos de este grupo de casas de Cesáreo Encabo, y comencemos el camino de la Higuera Loca. Abre bien los ojos y mira. A veces no solo es importante lo que se ve, sino también lo que te mira a ti, lo que te sugiere lo que no ves y solo puedes intuir... solo se ve bien con el corazón... y lo esencial es invisible a los ojos... decía el Principito. Si las primeras miradas con las que nos encontramos determinan nuestro ser de mayores, las miradas posteriores se pegan a nosotros y nos hacen más bella la existencia. Saber mirar bien no solo es mirar sino encontrarte con alguien, o algo, que te mira; reconocerte como parte de lo que ves y sentir otra mirada que te envuelve. Si no sabemos mirar no encontraremos el espejo que nos devolverá la imagen de lo que somos.

Así, pues, comencemos a mirar y admirar; comencemos el camino. A la derecha se encuentra en nuevo Centro Medico. Se construyo este Centro en medio de un prao de la Fundación Ojalvo-Monforte. Era este señor, un médico de Talayuela, quien con su mujer, sin hijos, y con su capital, hicieron esta Fundación sin mucho fundamento.

En la esquina misma de este prao se encuentra la Higuera Loca. Se llama así a unos grandes retoños, que no se sabe cómo ni por qué, nacieron aquí, sin que nadie se cuidara de podar, ni de injertar y cuyos higos estaba prohibido comer, bajo la pena de volverte loco como ella misma. Era esta higuera, otro aledaño de nuestra infancia, por este lado del pueblo. Más allá no se podía pasar. Más tarde traspasamos este límite como una trasgresión consciente y como una autonomía en nuestra edad.

Sale, desde esta misma higuera, una calleja escoltada por zarzales a ambos lados de ella. A la derecha el prao de la Fundación y a la izquierda otro prao, entonces, de D, Cesáreo, alcalde que también fue de Talayuela. Camino de tierra que como una vereda era serpenteante en todo su recorrido. En invierno, el hielo hacia charcos de plata en los praos de ambos lados mientras subía al cerro Carretero y la luz del verano doraba los pastos secos de la ladera del mismo cerro. Al igual que las aplicaciones sobre las fotos en faceboox que pueden dar mayor o menor luminosidad, convertir en sepia el pasto verde, y dar intensidad a los colores, así la luz juega con este camino y su cerro. A ambos lados del camino unos montículos de tierra en los que se apoyaban los palos que sostenían las alambres de pinchos que separaba un prao de otro. En estos montículos de tierra crecía la hierba que, los alambres de pinchos, impedían que se comieran los animales del prao y muchas veces, por saltar a esos praos nos rompían la camisa en jirones.


En su ladera de la izquierda, según subimos, jugábamos a los indios con flechas de varillas de paraguas afiladas que se clavaban en los troncos de los árboles y quemábamos las tiendas de los otros indios, hechas con ramas secas. Con tiradores de goma apedreábamos los nidos de los pájaros y metíamos carburo en botes de lata enterrados que, la presión del carburo, les hacían parecer cohetes espaciales que subían al cielo. El caso era experimentar y salir de la rutina de la vida diaria que nos imponía los pocos deberes que nos mandaban los maestros. Después de salir de la escuela ya todo era jugar y pensar travesuras...En mi viejo San Juan, cuantos sueños forje en mis años de infancia, mi primera ilusión y mis cuitas de amor son recuerdos del alma... Noel Estrada.


Aquel cerro era para nosotros la Atalaya invisible que nos vigilaba. El cerro Carretero era el muro verde que nos separaba de kilómetros y kilómetros de campos donde solo se oía a los pájaros y el tintineo de las esquilas de las ovejas. Aquel cerro era la muralla que sujetaba la mirada al cruzar la última esquina de las calles que estaban a la derecha del pueblo. Si existe un testigo mudo de toda la ampliación de Talayuela, desaparecido el cerro Cabezo, es el cerro Carretero. Sus laderas y su cumbre se fueron llenando de casas construidas cuando el núcleo se sintió incapaz de acoger a tantas familias que llegaban hasta aquí. Aquí se escapaba la construcción al control del Ayuntamiento si es que se ejerció control sobre esto.


En lo alto del cerro se juntaba este camino con el de los Veratos, llamado así por ser el que transitaban los de la Vera para llegar a Navalmoral de la Mata. Y de este, salía una trocha que iba al Pozo de la Fuente de Abajo, donde se descansaba, se bebía su agua con sabor a menta y se comía algo para reponer fuerzas a los pies que caminaban.








TALAYUELA: PINOS, CAMPOS Y LOS TOROS POR SAN MARCOS.

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