domingo, 21 de noviembre de 2010

1.- CAMINO DE LA FINCA DE SAN MARCOS ( I )

Venga y transite conmigo estos caminos por si acaso pudiera yo hacerle participe y comunicarle los secretos que ellos guardan y, en cualquier caso, al caminarlos juntos, pudiera ser que venga yo a conocerle mejor a usted y venga a escuchar aquellos sueños por lo que late su corazón pues, usted y yo, como antes hiciera el conde Arnaldo, hacemos nuestras las palabras de su romance: yo no digo mi canción sino a quien conmigo va.
1.- CAMINO DE LA FINCA DE SAN MARCOS


Salgamos, amigo, pues así puedo llamarte en la amistad nacida desde este blog durante un año; salgamos de esta Plaza Real y continuemos por la calle que llaman Marques de Mirabel, aunque ahora el rotulo solo diga Mirabel, y mal puesto está, dicho sea de paso, y que vuelva la calle a su nombre original. Pues bien sabemos que esta es la calle que se dedicó al Marques de Mirabel por habernos cedido la fiesta de San Marcos que se celebraba en su finca. En la cera derecha de esta calle y en el poco espacio que le deja la carretera y la casa de Jacinto Vizcaíno, se encontraba la Casa Curato. Estrecha, larga y baja, que la ampliación de la carretera se llevó por delante y con ella se fueron una larga retahíla de rezos, plegarias y preocupaciones que allí se dieron por el pueblo. Mas abajo la casa de Jacinto Vizcaíno, quien con sombrero negro, con chaqueta corta y en las lentas horas del atardecer de los domingos, sentado en su sillón nos mandaba a los muchachos, sentados en su lancha, que contáramos los coches que pasaban por la carretera las tardes del día de Santiago y los domingos del verano. Entonces se sofocaban los calores veraniegos en el rió Tietar, fue mucho mas tardes cuando descubrimos las transparentes aguas de las gargantas de la Vera. La lancha de esta casa y de esta calle del Marques de Mirabel guarda expectación ante el misterio, cuando aquel dieciséis de julio de mil novecientos sesenta y nueve se pisó la luna por primera vez: "es un pequeño paso para el hombre, un salto gigante para la Humanidad", dijo Armstrong, y nosotros le creímos, aunque la humanidad continúe con los grandes problemas de entonces.


Atravesamos la calle Goya y enfilamos la calle que ahora llaman de los Prados. Esta calle, amigo, me trae sabor a adolescencia recién estrenada. En esta calle se esconden las voces de nuestras madres llamándonos a gritos para hacer tal o cual recado. Aquí esta pegado el sonido de las canciones de la película Cabaret, en la que Liza Minnelli nos enseñó un mundo de humor, amor, espectáculo y de horrores políticos no comprendidos entonces. En esta calle, antes General Varela, se esconden los gritos de las riñas, de las noches de verano sentados en las aceras de las puertas para tomar el fresco, si es que fresco había en esas noches de verano. Aquí se esconden los sueños de lo que soñamos que seríamos ahora. Si el niño que fuimos ayer es el padre del hombre que somos hoy, en esta calle quedó enterrada nuestra niñez; el padre de todo lo que hemos sido después tiene en esta calle su tumba. Es verdad que a nadie le sale la vida como la diseñó entonces, y no íbamos a ser nosotros una excepción, pero aquí soñamos el futuro entre las discusiones y los descubrimientos adolescentes.


Mire, amigo, y fíjese en esta casa, la primera de esta calle que dicen ahora de los Praos, aquí, justamente en la esquina de la izquierda, y que vive en ella Vitorin García, de la familia de los “navarros”, llamada así esta familia por proceder, un bisabuelo suyo, de un pueblo de aquella región que se asentó en este, allá por los años de mil ochocientos. Su casa aparece ahora como cualquier otra casa renovada; es, creo no equivocarme, amigo, la segunda reforma que se hace después de derribar una casa que expresaba como era esta aldea de la Atalayuela. No hemos sabido cuidar ni proteger la arquitectura de nuestras casas y nuestras calles. La arquitectura tiene palabras, emite un lenguaje de formas a veces bellas y otras no tanto, pero nunca se queda muda ante los ojos de quienes la miran y contemplan. Al destruir aquellas casas, por motivos seguramente muy justificados por su propietarios, nos quedamos sin ese lenguaje no verbal y perdimos los testigos sin sonidos de aquella forma de vida que tuvimos en un tiempo. Perdimos las reacciones que tuvieron las personas ante las necesidades que les exigía el lugar que habían elegido para vivir y que quedaron fijadas en casas, corrales, cuadra, enramadas, secaderos…y un sin fin de calles que las daban acceso. Un portalón adintelado daba acceso a un patio en el que había pilas de cantería para que los animales pudieran beber y daba acceso a la casa de los dueños; patio enrollado, que las mismas piedras colocadas hacían formas geométricas y dibujos, y que se fue para siempre con las fotos rotas por su dueña. Una foto no es solo una foto, es un testigo de color sepia de lo que un día fuimos y fueron nuestras casas que, aunque de adobes, tenían una arquitectura que no se debería haber perdido.

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