lunes, 1 de noviembre de 2010

EL CEMENTERIO DE TALAYUELA

Hoy día de Todos los Santos he estado en el cementerio de Talayuela viendo como los vivos tratan a sus muertos. Allí había flores, velas, miradas, murmullos, recuerdos, presencias, ausencias...es el tributo que se brinda a una lapida con un nombre y una fecha y que trae un borbotón de recuerdos a las personas para quienes ese nombre y esa fecha le son tan queridas. Es más, podría ni siquiera existir esa lapida concreta y quedaría, igualmente, el nombre y la fecha, grabadas como a fuego en el corazón de las personas. El nombre y la fecha hablan de otra persona que un día compartió la vida y con la vida, nos hizo el regalo mas hermoso que es vivir al lado y ser confidente de tantas esperanzas, ilusiones, decepciones, trabajos, alegrías, lágrimas, risas...y es que simplemente vivió a nuestro lado.


Esa fecha en la lápida marca el día en que tuvimos que acostumbrarnos a vivir de otra manera; esa fecha marca el día cuando el corazón empezó el camino para acostumbrarse a una ausencia que el tiempo fue haciendo mas llevadera. No se puede vivir nada con la misma intensidad que el primer día pero la ausencia, desde esa fecha, quedó adosada a nosotros y nos deja momentos en que se hace más llevadera y otros en los que es una profunda ausencia. Hicimos el duelo el tiempo necesario para que el dolor dejara al corazón acostumbrarse a vivir sin el nombre de la lápida y comenzamos el aprendizaje de vivir sin él. Siempre viajan pegados a nosotros en nuestra mente pero hay días, como este de Todos los Santos, que parece que quisiéramos retirar la lápida y la fecha y que volvieran a nuestro lado de la misma manera física que dejaron de verles nuestros ojos en la fecha de la lápida.


Lo que también he visto este día de Todos los Santos, en el cementerio de Talayuela, es como la vida trata a los vivos. Mucho mejor que en un espejo vemos en los demás, lo que sin duda, el mismo tiempo hace en nosotros. Muchas veces los demás son mas el propio reflejo de lo que uno mismo no termina por verse a fuerza de mirarse continuamente. Nos parece que son ellos los que cambian y no nosotros también pues los días, bien lo sabemos todos, amanecen y anochecen unos tras otros, llevándose lo que encuentran a su paso; solo los nombres de quienes aparecen en las lapidas les ha regalado la muerte el permanecer en nuestro recuerdo como estaban el día anterior a la fecha que está escrita en la misma lápida.


Pero por encima, o por debajo, de lo que se han llevado los días y los años de cada uno de los que allí estábamos, de la huella que han dejado en todos y cada uno de nosotros, nos había reunido en aquel cementerio la misma Vida. Los que tenían escritos sus nombres en la lapida, con su forma de vida diferente, con su llamada permanente a seguirles, y nosotros con esta en la que aun podemos mirar las estrecha de este primer día de noviembre y aún podemos jugar, trabajar y soñar. Mirar atrás o adelante, desde este cementerio de Talayuela, es solo comprender que cualquier bien siempre es pequeño, que nada es duradero y todo en la vida es tan frágil y ligero como un sueño, incluido ese estrecho grosor de una lápida que nos separa de fundirnos en un abrazo para siempre con ellos.

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