jueves, 4 de marzo de 2010

EL NIÑO QUE FUIMOS AYER ES EL PADRE DE LA PERSONA QUE SOMOS HOY...

El niño que fuimos ayer es el padre de la persona que somos hoy; nada es más evidente que esto. Así lo vamos contemplando a lo largo de nuestra propia vida. Los sueños se forjan en la niñez, envueltos en embozos de blancas sábanas, y se cumplen en la edad adulta cuando hay más tranquilidad para desarrollar el diseño que de ellos hicimos en la infancia. La niñez y la adolescencia son fugaces, como una estrella lo es en el firmamento, pero son el poso, el humus, el umbral, en el cual la persona que somos hoy puede aparecer ante los demás.
Los que hemos pasado la niñez y la adolescencia en Talayuela, veremos muchos ríos y nos bañaremos en ellos, pasearemos en góndolas por el agua de determinadas ciudades, pero nada será igual al sabor del agua del rió Tietar. Nada será igual al sabor que dejaba en nuestro cuerpo al bañar nuestra niñez en este río, correr por su arena blanca, y que, ahora, tantas sensaciones nos produce al notar el olor de sus aguas cuando pasamos, ya en coche, por el puente que lo cruza. Muchas nubes nos habrán mojado con su lluvia cuando visitamos hermosas ciudades, pero ninguna de ellas nos habrá remojado tanto como el agua de las nubes de Talayuela que, no solo nos calaban hasta el alma sino que levantaban un suave olor a tierra mojada que aún añoramos en nuestros lugares de residencia. En nuestros lugares de residencia y digo bien, porque si solo se vive donde esta el corazón, el nuestro continua viviendo y jugando por las calles de Talayuela en los largos atardeceres de primavera, dejando huérfanos de corazón nuestro cuerpo de ahora. Todos habremos visto hermosos paisajes, pero no nos habrán hecho olvidar ni una sola de las miradas que hemos compartido, mirando las estrellas en las noches de verano desde las afueras de Talayuela.
Mi amiga Maite Sánchez dice que ahora debemos ser ciudadanos del mundo pero que nadie puede olvidar de donde procede y llevar a gala ser del lugar de donde somos cada uno. No puedo estar más de acuerdo con ella. Ser ciudadano del mundo, sentir que todo lo que le sucede a un ser humano, esté donde esté, me sucede a mí, no está reñido con ser de un lugar concreto. Ese lugar donde nos sucedieron tantas experiencias que están escondidas en alguna arruga de nuestra piel y salen, de vez en cuando al exterior, para traernos el perfume que aún guardan. Cómo olvidarnos de aquellos sueños y sus juegos infantiles en las calles; cómo olvidar las coplas que salía de las casa cuando alguna mujer estaba trabajando en la cocina o, simplemente, barriendo esa porción de la de la calle que le correspondía a su puerta. Ciudadanos del mundo sí, pero en el mundo hay un lugar donde un día llevábamos pantalones cortos, robamos un beso adolescente mientras corríamos sin cansarnos por sus calles, y allí, comenzamos a soñar el futuro… y ese lugar del mundo, para nosotros, es Talayuela.
Después de la infancia y de la adolescencia apenas tuvimos tiempo para nada mas, todo fue girar en torno a lo que ya habíamos soñado y aprendimos a convivir con la rutina que nos impedía volver a creer en nuevos sueños. Lo que entonces solo eran cuatro piedras que saltábamos sin peligro, comenzaron hacerse muros insalvables. Nuestros pasos, por los caminos de la vida, comenzaron a ser más lentos, más pensados, mas pesados, y solo alguna vez, se volvían tan ágiles y ligeros como en la niñez y la adolescencia.
Pocas veces, y muy de tarde en tarde, venimos a comprender las palabras que nos dejó escritas Séneca: aquel que tú crees que ha muerto no ha hecho mas que adelantarse en el camino. Es entonces cuando volvemos a dar alcance al niño que creíamos que había desaparecido para siempre de nuestro lado, le volvemos a mirar con los ojos vidriosos, y, venimos a comprender que, gracias a que un día en nuestra niñez y adolescencia soñamos, hoy podemos continuar viviendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario