domingo, 14 de marzo de 2010

LA SABIDURIA POPULAR, LA QUE NO HA SIDO APRENDIDA EN LOS LIBROS...

La sabiduría popular, la que no ha sido aprendida en los libros sino en la observación del comportamiento de las personas y en la misma naturaleza, parte de ella ha quedado refleja en refranes. Se han transmitido de forma oral, de padres a hijos, desde tiempos antiguos y son formas gramaticales cortas, con cierta rima, para que sean más fáciles de memorizar y, por tanto, de recordar. Casi todos los refranes llevan en si un consejo o una enseñanza, que manifiesta un poso de sabiduría, con la que las personas se enfrentaban a su relación con la agricultura, con sus semejantes, o consigo mismo.

Viene esto a cuento porque después de muchos días con lluvia y frió, nos ha llegado un fin de semana propio de otros meses y me he acordado de ese refrán que dice: Cuando en marzo mayea, en mayo marcea. Tal vez si el temporal que hemos dejado atrás, no hubiera sido tan lluvioso, nada nos hubiera extrañado este fin de semana mayeado. Es verdad que marzo es el mes adolescente del calendario: no sabe lo que quiere ni a qué atenerse siquiera; no es niño ni es adulto, no es invierno ni primera, pero de las dos estaciones conserva algo este mes protestón de marzo. Ese avance que va haciendo la luz sobre la noche, nos deja unos días más largos en los que puede suceder de todo: en marzo la veleta, ni dos horas se está quieta.

En cualquier caso, la primavera esta apuntando y se está introduciendo lentamente entre nosotros. Así nos lo ha anunciado la acacia; la mimosa, nos lo ha proclamado con sus flores violentamente amarillas colgando de las ramas llenas de hojas de un gris-verde que las hacen más llamativas. Plantada al lado de la carretera, contrastando su flores amarillas con el verde de los arboles de la piscina, el rojo de los pabellones del Centro de Tabaco y el gris del asfaltos de la carretera, la mimosa nos grita que el invierno ya está a punto de pasar, como se pasan las hojas en el calendario.

Pero lo que no mayea marzo es la luz que se desparrama por la dehesa entre las encinas. Animado por ese anuncio que han hecho las flores de la mimosa sobre el gris asfalto de la carretera, me introduje en la dehesa por el camino de Valdelacasa. Allí me di cuenta que las flores de la mimosa solo anuncian el final del invierno; pero la dehesa es más dura y unos rayos de sol mas calientes que lo normal de este tiempo, no producen los mismos efectos sobre la encina y su tierra que sobre la mimosa. Es verdad que la influencia del calor del sol va haciendo que toda la tierra de la dehesa verdeguee, pero las encinas tienen en sus hojas el verde oscuro del invierno y ningún tallo ni hoja nueva hacen que aparezca ese nuevo color verde claro en sus ramas. Aún no están los vencejos ni las golondrinas volando entre las encinas, ni el sonido de las esquilas de las ovejas, solo, coronando sus ramas y sus copas, el azul y el blanco de nieve que da forma a la sierra de Gredos. Nada había a esa hora de despertar de la mañana, ni distinta luz, ni otros sonidos que hacen de la dehesa ese campo especial, aunque en este mes, marzo mayee.

De siempre hemos conocido la dehesa como algo que se nos hacía familiar a los nacidos o que viven en Talayuela, de siempre hemos creído que esas casas que ahora se introducen como una herida en la carne de la dehesa; como el tributo a pagar por el aumento positivo de población; cualquiera de las casas que siempre semejan un barco varado de proa en la dehesa; de siempre hemos creído que estaba allí, siendo nuestra propiedad, pero fue la Ciudad de Plasencia quien concede a Talayuela esta dehesa Boyal en el año de mil quinientos diecinueve, por un tratado que dio testimonio Fernando Díaz, escribano de Plasencia…
Al fin y al cabo, ahora solo estamos en este mes adolescente de marzo, que, aunque con sus cambios de humor, con su no saber si es invierno aun, o ya es primavera, nos anuncia que en sus últimos días, sale marzo y entra abril; nubecitas a llorar y campitos a reír; que las aguas que vendrán en abril serán las que realmente hagan florecer los campos, los sembrados si los hubiere y la alegría en todos.

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