domingo, 7 de marzo de 2010

HUBO UN TIEMPO EN QUE HABIA UNA POSIBILIDAD QUE PUDO HABER SIDO...

Hubo un tiempo en que había una posibilidad que pudo haber sido y no fue. Siempre nos pasa igual a las personas y, además, solo nos pasa a las personas, y es la posibilidad de acertar en nuestra decisión o la de equivocarnos. Eso solo nos pasa a los seres que podemos pensar, con el fruto del pensamiento, tomar una decisión y que esa decisión tomada sea la más acertada, ya no depende enteramente de nosotros. Algunas decisiones nos tomamos nuestro tiempo para razonarlas, para evaluarlas; pedimos consejo, evaluamos los riesgos de tomar o no esa decisión. Otras veces la cabeza se nos llena de intuición, o el sentimiento nos impulsa en los pulsos de la sangre que nos corre por las venas, o, muchas veces también, dejamos que sea el corazón quien nos lleve y nos ayude a decidir. En cualquier caso, es muy difícil tomar decisiones, pues ellas tienen la capacidad de cambiar nuestra vida, de cambiar el rumbo, o no cambiarlo, de aquello sobre lo que actúa nuestra decisión.
Talayuela es un pueblo con vocación de plaza, de plaza Mayor, de la que ha carecido siempre y ha deseado siempre, como uno de sus mayores deseos. Es verdad que tenemos plazuelas que se forman al juntarse algunas calles, espacios de calles que se ensanchan allí y reciben ese nombre. En el Interrogatorio de la Real Audiencia de Cáceres, Partido de Plasencia, realizado el día 18 de marzo de 1791, se dice: No hai en esta villa mediante su cortedad de vecindario y naturaleza calle alguna con formación, igualdad, ni orden y solo si muchas plazuelas a cada paso, su aseo no puede ser tan fácil como en otras mediante los ganados de bueyes y de otras especies…tienen su abrevadero en las referidas calles, las quales mediante la situación de estas son llanas y sin cuesta alguna.
No tenemos plaza y hubo un tiempo en que hubo una posibilidad de tenerla y la decisión tomada no fue la mas adecuada; seguramente por muchas razones y que, todas, se barajarían y sopesarían en su momento, por aquellos que decidieron tomar esa decisión.
Hubo un tiempo en que había un cine en el solar que ahora se levanta una torre de pisos en el que viven las personas que los habitamos. Hubo un tiempo en que había un cine y una sala de baile en el solar que ahora existe un supermercado de alimentos, que son los bajos de los pisos a los que me refiero. Aquel cine que se llamaba Monumental Cinema, aquel salón de baile, se cerraron, imagino que cuando los dueños se hicieron mayores y cuando los videos y la televisión comenzaron a llevarnos el cine al salón de estar de nuestra casa. Cuando la comodidad nos invadió y la pereza vino a sentarse junto a nosotros y fuimos capaces de conjugar el estar viendo Memorias de África en la televisión de nuestra sala de estar y, a la vez, comiéndonos un bocadillo de tortilla de patatas. Una y otra merecen escenarios distintos para su disfrute.
Perdimos aquel cine donde, tal vez se pudieran comer pipas y regaliz para aliviar el nerviosismo, con el que asistimos a las más bellas historias de amor en las que éramos nosotros, y no los propios protagonistas, quienes besábamos a los artistas de aquellas películas. Éramos cada uno de nosotros mismos quienes sufríamos aquellas desgracias que nos contaban cuando se apagaban las luces del cine de “Tío Vidal”, como si de La Rosa Púrpura del Cairo se tratara.
Hubo un tiempo en que cuando desapareció aquel cine y aquel salón de baile, éramos muchos los que pedíamos que aquel solar se convirtiera en una amplia plaza de la que Talayuela carecía. En conversaciones de amigos nos llegaba lo que para muchos había significado aquel cine y aquel baile. Allí fue donde nos pudimos sentar juntos, por primera vez, con la persona que nos gustaba y poner su mano entre las nuestra al apagarse la luz de la sala. Allí fue donde muchas personas celebraban su banquetes de bodas de chocolate y bizcochos y después presidían la entrega que se les hacia de la “manzana” y bailarían, por primera vez, como marido y mujer, en aquel salón de baile. En aquel cine fue donde Ingrid Bergman abandona Casablanca, abandonada también por Humphrey Bogart. Desde aquel cine hicimos un viaje a África con las maletas de Ava Gadner que, en Mogambo, nunca ya fue más guapa, se encuentra con aquel cazador que la cazó entre leones, panteras, elefantes y cebras. De allí salimos de ver La Reina de África, por aquel espacio, hoy una especie de jardín, en el que se sientan personas del continente africano. Aquel espacio tenía méritos suficientes y extraña belleza, para haberse convertido en la plaza Mayor de Talayuela.
Ahora son los vecinos que habitan aquellos pisos, como si fuera la vieja canción de Serrat, los que dicen que están ocurriendo cosas extrañas por allí; casos en los que intervienen los fantasmas de las películas. Llena de asombro cuenta Bene Galán que cuando esperaba el ascensor para subir a su casa, le pidió fuego Bette Davis, diciéndole que se había salido de Eva al Desnudo porque el trofeo Sarah Siddons le aburría sobremanera. Lo peor le sucedió a Pili, la Pantoja, que cuando abrió la puerta del piso encontró, en el salón de estar de su casa, que Jimena estaba vistiendo a El Cid, para dar la ultima batalla por Valencia, mientras por las ventanas subían los vítores que le lanzaban la multitud de soldados que esperaban. Dicen que tuvo que ser atendida por una vecina. Serán palabrerías de vecinos, pero los rumores corren muy fuertes de que Glenn Ford abofeteó a una cajera del supermercado de “El Árbol” creyendo que era Gilda y, después, pidió que no le denunciara. Los de por allí cuentan y cuentan que a Forres Gump, viéndole sentado en un banco de aquel jardín, alguien le dijo que su película allí no se había proyectado y salió corriendo en dirección a otro lugar. Son los fantasmas de aquel cine que, se vino abajo por causa de dos o tres escavadoras, que no descansan en paz por no haberse convertido en Plaza Mayor, aquel solar con encanto del cine Monumental Cinema.

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