jueves, 6 de mayo de 2010

NO ES QUE LOS HOMBRES HACEN LOS PUEBLOS...

No es que los hombres hacen los pueblos, sino que los pueblos, con su hora de génesis, suelen ponerse, vibrantes y triunfantes en un hombre. Esto decía el poeta cubano, José Martí. Las personas no hacemos los pueblos sino que son ellos los que nos hacen a nosotros; son los pueblos los que siempre se hacen presentes, mostrando su forma de ser, su manera de situarse, en las personas.

Ninguno de los que aquí vivimos, o estamos fuera, hemos creado a Talayuela, es ella la que nos ha hecho a nosotros y nos ha dado esta forma de ser y esta manera de situarnos ante lo que nos rodea. Porque el pueblo siempre es madre que transmite, junto con su carne y con su sangre, su forma de ser. El pueblo siente por todos sus hijos el amor sereno y tranquilo que da el conocimiento y la razón pero a veces, como dice el poeta cubano, se hace más presente en personas concretas transmitiéndole toda su forma de ser y de pensar. De vez en cuando surgen personas que, más que otras, encarnan en sí mismas esa forma de ser, esa estructura mental de las personas de por aquí.

Porque hace tiempo que hemos dejado de ser ya de “pueblo”. Todas las personas, vivamos donde vivamos, por el acceso a los medios de comunicación social que se tiene desde cualquier parte de este País, somos exactamente iguales a los de cualquier otra parte de zona más urbana. Tenemos los mismos gustos, las mismas formas de vida, las mismas preocupaciones y, tenemos, la movilidad que permiten los vehículos privados y, con las mejoradas carreteras, el acceso a los recursos sociales más básicos. Hemos abandonado el termino “pueblerino”, y hemos abandonado también una forma de ser propia de las personas de por aquí, aunque, ya solo de vez en cuando, nos salga eso que llevamos tan dentro de nosotros y que no hemos sido capaces de maquillar con el urbanismo adquirido, ni hacer desaparecer del todo de nuestra forma de ser y de sentir.
La mayoría de nosotros, y por supuesto los que han vivido antes que nosotros, hemos visto el ir haciéndose adulto de este pueblo de Talayuela. Hemos contemplado gozosos como se pasaba de novecientos a nueve mil habitantes. Hemos observado como las construcciones de las casas pasaban del límite donde ahora se sitúa el bar España e ir llenándose de ellas la carretera hacia Jarandilla. Vimos poner otro límite, que perduró en el tiempo, en el kilómetro doce, en la esquina del bar de “tio” Albano, para volver a ser rebasado nuevamente y llegar hasta la Pinareja. Hemos visto como, primero eran corrales que después se convertían en casas, e iban llenando el terreno de el Cerro Carretero, de los Trampales de los Coriscos, la carretera de Santa María, de la Cruz Chiquita; casas al lado de el camino de Valdelacasa, de la Chinarrera, de la Barca, la Pinareja, del tejar de tío Germán. Aparecian casas, de la noche a la mañana, junto al camino del Borbollón, de Plasencia, el Huerto Curato, de el camino de los Carneros, del de Casatejada, de las Viñas, el de Palancoso, y estos solo por citar algunos. La mayoría de nosotros hemos visto crecer la luz de la noche en las distintas farolas que han iluminado y adornado la carretera; hemos visto los deseos frustrados de poner fuentes en plazoletas y quitarlas posteriormente; hemos vistos pasar las Escuelas a Colegios y los diferentes maestros que se quedaron para siempre alojados en nuestra memoria; hemos visto pasar el tiempo, y todo lo que el trae y lleva, ante nuestra propia cara; hemos visto pasar el tiempo y también detenerse aquí. Hemos pensado tantas veces el futuro que el presente ahora solo se le parece un poco, pero sabemos que a nadie le sale la vida como la había diseñado y no íbamos a ser una excepción nosotros. Hemos oído que hacia poco había un cementerio junto al quiosco de Juanjo y construir otro nuevo en el cerro que ahora es una Centro de Mayores; hemos visto que este se quedaba pequeño y construir otro entre el pinar y en el que, seguramente, descansaremos para siempre nosotros, mezclándonos con el polvo de su tierra.

Con solo salir un poco de estos tenues límites que imponían las casas, hemos visto crecer la hierba, los escobones blancos y amarillos, las lilas que daban color a los campos, el pan y quesito, la juncia y el mastranzo… Hemos visto la miseria adherida a las casas, a los pies calzados con zapatillas de esparto o de goma y, hemos visto también, el progreso con la abundancia de dinero posterior y, tal vez, otras miserias pegadas a él. Sabemos que la riqueza que ha traído el progreso solo es necesaria para ocasiones concretas y la mayoría de las veces, si no va acompañada de una estructura mental bien amueblada, solo es causa de disgustos que a nada bueno conduce; no valoramos a las personas por lo que tienen sino por lo que son y, sobre todo, por lo que son capaces de sentir frente a todo lo que nos rodea y nos hace mas humanos.
Hemos visto la luz derramándose por las paredes encaladas de las fachadas de las casas y la noche quieta, parada, sin querer abandonar el pueblo. Nos hemos criado bajo el fuerte sol del verano, la débil luz del invierno, con la misma agua y el mismo aire que se alimentan estos campos que nos rodean. Llevamos pegados a nuestros cuerpos el olor de las plantas de la dehesa en mayo, el color de la tierra y el cielo en los ojos, la humedad de la lluvia en nuestros labios y, en el corazón, llevamos el amor y la ternura con la que fuimos tratados. Sabemos respetar y querer a las personas mayores y no solo porque lo sean sino también porque sabemos que llevan en si la memoria de lo que fuimos cuando nosotros no teníamos memoria aun.

No hemos sentido en el estómago el duro puñetazo de la soledad - más que en los ratos propios que nos golpea por el hecho de ser persona – pues hemos sabido caminar con ese dolor y codo a codo con los hombres y mujeres que hemos habitado este pueblo; nos hemos sentido animados en el camino por sus silencios y susurros y, también, por la estruendosa risa con que se nos llenaba la boca. Hemos respetados silencios sonoros y hemos compartido el murmullo de la vida que se abría ante nuestros ojos. Nos hemos fiados de todos y desconfiado de unos cuantos; llevamos en nuestra mente los miedos, las dudas, de este pueblo que nos vio nacer y crecer. Vivimos entre llegadas y partidas a Talayuela con la serena certeza de saber que lo que realmente se quiere no se puede poseer plenamente y nos posee placidamente el sentimiento de ser mas queridos que de querer nosotros. Vivimos y sobrevivimos entre llegadas y partidas que no hacen sino recargarnos para poder vivir lejos de aquí. A veces, lejos de Talayuela, nos sorprendemos con olores y sabores que son de aquí creyendo, vanamente, que estamos saboreándolos en cualquier bocacalle de nuestro pueblo. En nombrados restaurantes se nos ha hecho presente el sabor de la comida guisada de otra manera y en cualquier cocina de Talayuela. A veces, solo a veces, en lejanos países, creemos reconocer voces amigas y giramos rápidamente la cabeza buscando encontrar el rostro de donde salen los sonidos que creemos reconocer. En calles y plazas importantes de otros países, nos ha parecido encontrarnos con personas de por aquí, como si fuera verdad eso que decimos de que hay exactamente un doble de cada uno de nosotros recorriendo las calles del mundo.

Otras veces, también, nos hemos puesto de acuerdo con el destino y nos hemos escapado y viajado hacia lo desconocido que se volvió tan querido para nosotros porque antes lo habíamos soñado ya en el corazón. Le hicimos un hueco en nuestro corazón y nos agarramos a sus manos y nos pusimos a caminar a su lado y, ahora, ya somos más los que amamos a este pueblo que nos vio nacer. Si alguna vez nos cruzamos personas andando los caminos por los que paseamos y solo nos decimos un tímido adiós, acompañado de una sonrisa, por no conocernos o reconocernos, al pasarnos el uno al otro, sabemos que es alguien a quien han ayudado a querer a Talayuela como la queremos nosotros. A veces nos hemos dejado ayudar por esas personas, pues intuimos que solos en la vida no somos nada, y siempre sentimos que un lazo profundo nos une a todas las personas que pisamos los caminos de este pueblo.

Y sabemos realmente que, no somos las personas quienes crean a los pueblos sino que son los pueblos quienes crean a las personas, y en el paseo por la memoria de nuestra vida y por las calles y casas de Talayuela seguramente recordaremos a personas que han encarnado la forma de ser que nos ha transmitido este pueblo. Seguramente que, entre todos, sacábamos unas cuantas características muy ciertas de las personas de por aquí.


…y al pasá por aquí mirá pal cielo,
y endispués pa la tierra.
y endispués de miranos con cariño,
precipiar a leegla;
porqu´ella sus dirá nuestros quereles,
nuestros guapos jorgorios, nuestras penas,
ocurrencias mu juertes y mu jondas
y cosinas mu durces y mu tiernas.

Y sus dirá tamién como palramos
los hijos d´estas tierras,
porqu´icimos asina: – jierro, jumo
y la jacha y el jigo y la jiguera.

Y tamién sus dirá que semos güenos
que nuestra vida es güena
en la pas d´un viví lleno e trabajos
y al doló d´un viví lleno e miserias;
¡el miajón que llevamos los castüos
por bajo e la corteza!
Porque semos asina,
semos pardosdel coló de la tierra

--El Miajón de los Castuos—
Luis Chamizo

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