domingo, 30 de enero de 2011

CAMINO DE LA HIGUERA LOCA ( II )

A la mitad de andar esta calle de Felipe Bravo, girando a la derecha, nos encontramos con el centro médico actual. Antes estaban ahí las escuelas, donde se nos abría la mente con aquella cartilla de rayas, enciclopedia Álvarez después, compendio y resumen de todo lo que se necesitaba saber. Allí se practicaba eso de “la letra con sangre entra”, no recuerdo que fechoría haría yo, pero allí se me dio la mayor paliza de mi vida por un maestro y me comí aquellos dolores en silencio, pues si lo hubiera dicho en mi casa me habrían pegado otra mis padres. Allí fuimos castigados sin comer, solos en el aula, con la puerta cerrada con llave, junto con Marciano, y su madre, Rosa o Rosina, nos introducía migas de pan por la estrecha tela metálica de la ventana que caían en nuestras bocas abiertas como gorriones hambrientos.


Salimos de las escuelas y entramos en calles amplias, con casas y corrales amplios también, y blancas de cal las paredes. Es el grupo de casas que hizo Cesáreo Encabo y, en cada una de ellas, de las primeras familias que las habitaron entonces, se guardan murmullos del modo de ser de Talayuela. Pasear ese barrio es volver a la patria de la infancia de la que fuimos exiliados por los años y traer, otra vez, a vivir en la memoria a personas y familias enteras que amaron, vivieron, dieron vida a Talayuela y, ellas mismas, fueron Talayuela. Cada familia de aquel grupo de casas daría para escribir folios y más folio de nuestra historia de hijos de Talayuela. Hijos de Talayuela, pero, sobre todo, de madres de Talayuela.


Recuerdo clarísimamente la primera vez que fui y en qué compañía entré en aquella casa. Recuerdo perfectamente el motivo que nos llevó allí y las primeras palabras que escuché en ella. Aquella fue solo la primera vez de las muchas veces que cruce el umbral de aquella casa ya sin llamar, sin pedir permiso para entrar, ni para sentarme, ni para comer, ni siquiera, para dormir la siesta. Aquella casa se convirtió en “mi otra casa”.


A aquella casa entre por primera vez con mi madre, ni quiera sé la edad que yo tenía; iba mi madre, y yo de su mano, a casa de Vicente y Emiliana, porque su hijo mayor, Vicente, también se llama, a su vez el ahijado de mi madre, había entrado en Quinta y, en el sorteo de Quintos, le había tocado ir al servicio militar a Ceuta o Melilla, que no lo recuerdo bien. No sé más de la conversación que mantuvieron allí los mayores, pero si recuerdo que mi madre quería dar palabras de ánimo por irse su ahijado tan lejos a cumplir el servicio militar. Vicente, su padre, dijo: ¡comadre, me dicen Estrecho y mi hijo debía cruzar el Estrecho! Y mi madre, mientras saboreaba el café que la había puesto Emiliana, asintió: ¡así tenia que ser compadre! Y ya no recuerdo más de aquella visita.


Conocí y trate más a Emiliana que a Vicente. Conocí a ella, que era de carácter amable, servicial y familiar. Muchas cosas se podría decir de Emiliana pero, desde que la conocí más, admire su sentido de la familiaridad. Nadie se sentía extraño en su presencia y en su casa. Se compartía lo que hubiera encima la mesa o pedía que se sacara lo que sabia que te gustaba. Creaba, con su palabra o su silencio, un ambiente de tranquilidad y sosiego. Hay presencias que lo llenan todo y no somos capaces de acostumbrarnos a sus ausencias.


La vida se la llevó casi sin avisar, como suele pasar con las cosas importantes, se van sin darnos cuenta que se marchan cuando los estamos viviendo. Es como estar viendo una presencia, pestañear y encontrar ya, el vació mas absoluto en la mirada.. Como encontrar en un sitio con los primeros ojos, un sitio donde asir la larga soledad con los primeros ojos, sin gastar las primeras miradas. Mario Benedetti.


Después, de aquella primera visita a la casa de Emiliana y Vicente, con mi madre, ya todo fue comprobar que, si el amor nace con los días contados, la amistad nace con todo el tiempo del mundo por delante. Después ya fue comprobar que si no podemos hacer mas larga nuestra vida, ¡tampoco nos interesa tanto! si la podemos hacer mas profunda, mas amplia, y para eso cuentan mucho los amigos y esos amigos hacen a la mía mas honda.
TALAYUELA: PINOS, CAMPOS
Y LOS TOROS POR SAN MARCOS.

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