jueves, 28 de enero de 2010

Que el silencio tiene sonidos es evidente...

Que el silencio tiene sonidos es evidente y que la soledad esta llena de murmullos, también lo es. Quizás el miedo a estar solo, sin nada que nos pueda distraer de nosotros mismos, sea el temor a lo que estas misteriosas palabras que surgen del silencio nos puedan decir y nos puedan llevar hacia el espejo en el que se refleja fielmente lo que somos. Siempre hay momentos en la vida de las personas, en los que estamos solos, y con esas palabras que surgen de la soledad, tenemos que decidir cuestiones importantes.

Los pueblos tienen también su propia voz silenciosa. Sus calles, sus casas, sus adobes y ladrillos, son como paginas superpuestas del libro de su vida y cuyas letras han quedado pegadas a ellos para siempre. Todo el pueblo se convierte en un inmenso abecedario que es necesario combinar sus signos para encontrar letras que tengan sentido. Sus plazuelas perezosas, sus rincones olvidados, sus calles, conservan el sigilo de palabras dichas apresuradamente y los sonidos que dejaron caer sobre ellas los que las transitaron antes que nosotros.

Las calles de Talayuela conservan las voces de aquel pregonero que, por orden de sus majestades, Doña Juana (La loca) y Don Carlos V, el veintiuno de febrero de mil quinientos veintidós, pedían la contribución (a Plasencia y su Tierra) de mil quinientos ducados. El destino de este dinero es para las necesidades que hay de la paga de las gentes de guerra que quieren recuperar la villa de Fuenterrabía (actual Hondarribia) en poder de los franceses. Alrededor de cincuenta vecinos, con nombres y apellidos, tienen que colaborar a la paga de las gentes de guerra. Es el primer “censo” en el que aparecen tantos nombres de habitantes de Talayuela. Y, además de los hombre, aparecen seis viudas, algunas de las cuales se las enumera con nombre propio y otras viudas de… y se escribe el nombre del difunto marido. Y después fue el silencio. Doña Juana se metió en su sola locura en Tordesillas y de aquellas viudas de Talayuela nunca más se supo nada.

Y en aquellas viudas de entonces, que se nombran porque tienen que pagar la parte correspondiente de la contribución a la guerra de Fuenterrabia, nombro a todas las mujeres de Talayuela, que han hecho parte de la historia escrita en las casas, plazas y calles de nuestro pueblo. Y desde ese silencio que habla de una carencia, en el que ni una calle de nuestro pueblo está dedicada a una mujer – me puedo equivocar - ese mismo silencio, se convierte en el grito huracanado que hace un homenaje permanente a las mujeres de Talayuela.

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