martes, 5 de enero de 2010

Una corona real

Una corona Real y abierta, que es un círculo de oro, compuesto de ocho florones, de los que sólo son visibles cinco, interpolados de perlas, es el elemento que recoge al escudo de Talayuela. Refleja el dato histórico de que fuimos tierra de realengo. No quiere decir que el mismo rey fuera el propietario de estas tierras, que tenían sus propios dueños, sino que estábamos obligados a pagar los impuestos que le correspondieran al rey. Lo que si podía hacer era dar en señorío -algo que ninguno hizo- o vender la jurisdicción de estas tierras.

El rey don Felipe IV, en el dieciséis del mes de enero del año de mil seiscientos sesenta y uno -en el palacio de El Pardo- aprueba la venta que le hace a la ciudad de Plasencia de la jurisdicción de los lugares de Cabezuela, Losar, Robledillo, Majadas, Talayuela y el Toril.

A partir de ahí con quien mas trato hemos tenido ha sido con los Reyes Magos que nos visitan año tras año para acercarnos al ámbito de la ilusión esperanzada y de la magia, que es su propio mundo. Solo ellos eran capaces de provocar la ilusión de los sentidos, con esos poderes especiales que les hacia entrar en todas las casa de Talayuela en una sola noche, y dejar regalos a cambio de un poco de agua para los camellos y unos zapatos en la chimenea. Con tan poca cosa se tejía en nuestra mente un mundo de ensueño al que se escapaba nuestra mente esa noche del cinco de enero.

Reyes y Magos, decía Antonio Gala, que son muchas cosas juntas para creer en ellas y que si no bastaba con uno, son tres y que al que no quiere caldo le dan tres tazas. Pero con los Reyes Magos aprendimos a ver que aquella vida que vivíamos podía ser sorprendida por algo que no venía de nosotros y que teníamos que acoger agradecidos. Muchas noches infantiles de la Navidad soñando con que podía ser posible tener entre las manos el regalo soñado y aprendimos, ya entonces, que hay sueños que se pueden cumplir

Después crecimos y no perdimos la ingenuidad de sorprendernos ante todos los regalos que nos deparaba la vida que íbamos descubriendo y aprendimos que, no solo la noche del cinco de enero, sino todas las noches no hacemos sino soñar con aquella mirada, con aquellas palabras que leemos por primera vez, con ese roce imperceptible de lo eterno, o con esa certeza que nos anima de que todo puede ir mejor. Al fin y al cabo, los Reyes Magos, despertaron en nosotros la certeza de que había otro mundo que se nos regalaba y al que solo podíamos entrar acogiéndole gratuitamente.

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